sábado, 29 de enero de 2011

EL VUELO DE ÍCARO

Cuando Minos, Rey de Creta y señor del Minotauro, quiso ocultar a sus ciudadanos la existencia del monstruo por la vergüenza que le suponía su existencia,  requirió los servicios del ateniense Dédalo, arquitecto de sobradamente reconocida competencia, a quien le encargó la construcción de un laberinto que serviría ademas para mantener al monstruo encerrado entre sus inextricables muros.

Una vez construido el intrincado laberinto de Creta, Minos ordenó recluir a Dédalo y a su hijo Ícaro en una torre a fin de mantener en secreto el diseño del laberinto, con la única escalera de salida fuertemente custodiada, sin molestarse tan siquiera de mandar grilletear a los reos. Dédalo, cuya audacia era pareja a su genio arquitectonico, ideó un medio para escapar de su prisión, y bajo pretexto de querer ofrecer un regalo a Minos, pidió a sus carceleros cera y plumas. El ingenioso inventor unió las plumas con la cera, fabricando dos pares de alas, una mayor y otra menor, y tras probar las primeras y comprobar su consistencia, entregó las segundas a su hijo.

El sabio Dédalo se dirige entonces a su joven vástago y le dice: "Hijo mio, vuela con prudencia y guarda siempre en los aires una distancia conveniente. Si te elevas demasiado hacia el sol, su calor fundirá la cera de tus alas; si vuelas demasiado bajo,  la humedad del mar las hará en extremo pesadas para tu débiles fuerzas. Evita uno y otro extremos y sígueme sin cesar"

"La caída de Ícaro" de Thomas Fedrianus
Así, aunque no sin lagrimas de temor, padre e hijo saltan al vacío y comienzan su vuelo, logrando así escapar de la torre, creyendo los cretenses que los vieron que se encontraban ante dioses inmortales. Aunque inicialmente vacilante, Ícaro cobra poco a poco bríos y a poco ya no teme nada, y tras sobrevolar  muchas de las islas griegas de regreso a su patria siguiendo la prudente guía de su padre, confundido por la libertad  por tanto tiempo negado en el pétreo claustro de la torre cretense, creyendo que podría realizar cualquier maniobra, lanzose a volar hacia las altas regiones del éter, queriendo mofarse del propio Helios. 

Empero, obcecado como se encuentra por alcanzar lo inalcanzable, no se da cuenta de que el calor del sol derrite la cera y las plumas se desprenden, privándole de su herramienta voladora. Cuando se da cuenta, lanza un grito de espanto llamando a su padre a su socorro. Sin embargo, es tarde.

Una vez sin sus alas, Ícaro cayó, se precipitó en el mar y se ahogó, encontrando su padre por toda señal del destino de su hijo un puñado de plumas flotando en la superficie del agua.

Así es como el joven Ícaro,  por su excesiva soberbia, imprudencia y temeridad encontró la muerte, cuando debería haber alcanzado su libertad

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